Ponerse de pie es agotador. Primero lo intenté en la cuna de viaje. Cogí una pelota en una mano, una pelota en la otra... Y cuando me quise dar cuenta estaba de pie desde hacía un milenio.

Luego probé en la cama. Abres las piernas en modo Ronaldo lanzando una falta y... aguantas muy bien.

El siguiente paso no estaba tan claro, es que el suelo es muy duro. Me puse de pie primero desde el sofá. Te sueltas y ¡Pum! Te caes a cámara lenta de culo. Y a los cinco minutos estaba en medio de la habitación haciendo lo propio, es genial ponerse de pie sin nada, sólo que a veces pesa el culo y no controlo mucho.

De vez en cuando me despisto, me olvido que estoy de pie y hago otras cosas como palmas o mover los brazos como un esquizofrénico. E incluso si me siento inspirado doy un par de pasitos para llegar a algo que mole, preferiblemente galletas.

Creo que de aquí a nada estaré corriendo como un campeón. Por eso mi mami salió a escape a comprarme los primeros zapatos de señor grande con suela y todo, Se acabaron mis días de hippie descalzo, los echaré de menos.

La cosa es que siempre he tenido un pie barca importante. Tanto que tuvieron que devolver incluso mis primeros calcetines de bebé porque me venían pequeños desde que nací. Así que he vivido en una dulce anarquía de calcetines durante todo este tiempo ya que los zapatos de gateo me quedaron canijos en verano.

Se supone que ahora para andar tengo que tener los pies atados y eso. Pues la verdad es que me mola, porque, como he dicho, con este piezaco y la suela de niño grande no hay forma de que me caiga, he aumentado mi estabilidad de forma proporcional al pedazo zapato que calzo. Curioso.