Este es mi primer Halloween y se lo ha tomado muy enserio, no ha conseguido hacer una calabaza chula pero en su lugar se agenció el disfraz un mes antes - de diablillo - así que desde ese momento se dedicó en cuerpo y alma a ver dónde me podía llevar para lucirlo. Lo que no contaba es que soy muy canijo y nadie se toma en serio a los bebés. Ya en el tiempo de descuento la mamá de Diego se decidió a montar su propia fiesta y mi madre de apuntó a costa de su siesta. Y allí estábamos el 30 de octubre a las 5 y media como clavos en el Cups & Kids para juguetear (bueno, chuperretear).

Hubo dos momentos tensos en la tarde. El primero que mamá decidió limitar el número de objetos chupables considerablemente quitando gracia a la diversión. Un poco psicótica si estaba... 

El segundo fue la interacción. Yo, a parte de intentar ligar en la playa, jugar con otros bebés, no había jugado, y por lo que  dice mamá son más frágiles que los mayores, no puedo morder, arañar o intentar treparlos porque está mal visto. Además está el tema del ábaco, que Margarita pensaba que era suyo cuando claramente yo lo vi primero y es mío por derecho propio. Y si no lloro.

Por lo demás me lo pasé muy bien gateando por allí. Además como era el más canijo de todos me hacían mucho caso, justo lo que me gusta. Y para rematar regalaron un porrón de cosas y ahora tengo un sonajero nuevo en la cuna de Saro, la mar de mono. Y mi madre, con todo su sueño, también pilló un boli bien chulo para el bolso cortesía de Groupon y una buena colección de muestras de Mustela.

De vuelta me eché una buena siesta colgado de mamá, que estos excesos son malos y ahora estoy deseando saber cual es la siguiente fiesta, que le he cogido el punto a esto del cachondeo...

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